14.9.18

El Confidencial, Miqui Otero (Y el cielo era una bestia)




Cantavella explota la novela del mangoneo

El escritor Robert Juan-Cantavella conecta seudociencia, mitología, timos castizos y literatura de balneario en su nueva novela

Miqui Otero
24.10.2014

En un balneario, como en un hospital, en un bingo, en una taberna o en una novela, se sabe siempre cómo se entra pero nunca como se sale. En el último desafío de Robert Juan-Cantavella (Almazora, 1976), el lector se interna (por su cuenta y riesgo) en la historia con una primera frase majestuosa: “El cielo era una bestia cuando Sigurd Mutt posó la maleta en la nieve”.

A partir de ese instante, ni este profesor de la Universidad de Hamburgo antaño obcecado con los animales misteriosos ni tampoco el lector que intentará atrapar el sentido de su viaje a un balneario pirenaico sospechan qué puede suceder. Thomas Mann confesaba en una conferencia que ofreció en Princeton en 1939, que en la visita a su esposa en un sanatorio suizo atrapó la idea de La montaña mágica. Atrapó también, como su personaje Hans Castorp, un resfriado violento, que se le detectó en ese oasis de vida contemplativa del que ya tardaría en salir.

Algo parecido le sucede a Murt y también al lector de Y el cielo era una bestia (Anagrama). “Me interesa cómo la comunidad se come al individuo. De La montaña mágica tomé ese planteamiento y también ese detalle, que también se encuentra en Freaks: la llegada de un elemento extraño que es absorbido por el resto, en el caso de esa película con esos gritos terroríficos y maravillosos de ‘One of us” (uno de los nuestros)’, explica el autor.

Y el cielo era una bestia pivota en la dialéctica entre dos espacios: Vulturó, ese pueblo de los Pirineos que se conjuga en presente, y Vor, el sanatorio en las alturas que intenta entender el pasado. Espoleada por la fuerza del mito (por las aventis -en terminología de Juan Marsé- contadas en bares abajo y la hermenéutica de textos difíciles descifrados arriba), la novela de Cantavella plantea a un tipo que abandonó hace tiempo una pasión: la criptozoología.


En un balneario decimonónico

Esa búsqueda de, por ejemplo, krakens (calamares gigantes que podrían arrastrar a un buque al fondo del mar y cuyos ojos son más grandes que cualquier animal terrestre), explorada por una comunidad que desafiaba a la ciencia oficial (“Ciencia oficial, cada vez que repetía el concepto, Mutt señalaba el entrecomillado con una irónica inflexión de la voz”).

Ahora, treinta años después de aquellos años cuando el grupo de Zoólogos Furiosos intentó demostrar lo imposible, regresa (su renuncia es flemática, sin aspavientos) a un balneario de aire decimonónico para intentar encontrar en un enigmático texto (Tras Columbkill) por qué fracasó no sólo en su pasión científica, sino también la que sentía por Belaire, su compañera de cuitas e investigaciones.

“El balneario es un lugar detenido en el tiempo donde uno se puede pasar años desentrañando el misterio de un texto y donde ni siquiera tiene acceso a las noticias”, explica Cantavella. En palabras de Thomas Mann, autor que sobrevuela la conversación y el libro, “es una especie de sucedáneo de la vida que logra, en poco tiempo, enajenar al joven y alejarlo completamente de la vida real. Todo es, o era, suntuoso allá arriba, también la noción del tiempo”.


Historia de dos ambientes

El Cantavella entrevistado dice “muchacho”, “hatajo de ladrones”, “pobre de solemnidad” y “sin una aceituna que llevarse al gaznate”. Habla de mitología clásica y de timos antiguos y los aplica a nuevos villanos (Montoro), a nuevos (falsos) mitos (la crisis) y a estafas recientes (Urdangarín). Calza unas Converse All Stars de tela y un nomeolvides en la muñeca, pero uno lo podría imaginar con brogues a medida, traje de tres piezas, camisa Oxford con cuello postizo (y, sobre todo, reloj de bolsillo y de cuerda) paseándose después de la Primera Guerra Mundial por un balneario de Davos: “Fui a balnearios mientras escribía: a Vichy, a uno húngaro y a otro catalán. Pero un balneario que me acepte a mí como cliente ya no me interesa; me fascinan esos otros por donde pasea gente ociosa que se queda a vivir en el mundo de las ideas”, confiesa.

Los retos literarios de Cantavella son como el desafío de un cocinero que debe lograr una receta personal (incluso novedosa) disponiendo sobre la encimera los alimentos inconexos que encuentra en una nevera de un piso compartido por tipos con gustos dispares. A Cantavella le gusta armar novelas combinando materiales nobles y de derribo: Tarantino y Proust, distopía y novela popular española, periodismo gonzo americano y sainete corrupto en la costa levantina. O, en Y el cielo era una bestia, la tradición de novelas de balneario, la historia del timo en la posguerra española, un santo medieval irlandés llamado Columbkill, los apóstoles de la criptozoología o la vida y milagros de José Echegaray, primer Nobel de literatura español.

“A mí no me interesa el equilibrio”, confiesa, “No veo la novela como una historia que haya que contar y que medir”. Es, por tanto, el explorador intrigado especialmente por esas esquinas de los mapas medievales donde se lee Aquí hay dragones. “La criptozoología nació en un siglo equivocado, hace unos cincuenta o sesenta años, aunque antes existieran narraciones de exploradores o literatura donde aparecen esos animales misteriosos”, reflexiona Cantavella.

"Apela a los espacios en blanco de los que hablaba Conrad, esos lugares no descubiertos donde podrían vivir extrañas criaturas. Ahora es más difícil, claro, el monstruo del Lago Ness aún tiene la suerte de vivir bajo el agua, pero el Yeti ya fue, porque  ahora hay un McDonalds cada seis kilómetros y podemos peinar todo el mundo con Google Maps. La única posibilidad del explorador está en el Universo, en el espacio exterior”.  Y en la literatura especulativa, capaz de adelantar escenarios futuros mediante la fuerza creadora de la imaginación. 

“Sí, es que la novela es eso: una defensa de la literatura delante de los condicionamientos científicos demasiado pragmáticos. Por ejemplo, en la novela pongo el ejemplo del bolsón de Higgs. Me interesan los primeros pasos de las ciencias y disciplinas, incluso las ahora aceptadas, en las que necesariamente se cae en el lenguaje religioso y en lo herético”.


España, la arcadia del mito (y del timo)

Su interés, por ejemplo, por la historia del timo es una manifestación más de su fascinación por la vida en el margen (de una comunidad científica o de la sociedad) en un autor imantado por las contraseñas y los códigos secretos. “Me he basado en un libro del periodista Enrique Rubio, en el que se ve claramente que los timos que te llegan ahora mismo a tu correo electrónico se pueden explicar con los que se hacían en la segunda mitad del siglo XX en España. El timo del convento, por ejemplo. O el del “sobrino ilustre”. Con este último ha jugado El pequeño Nicolás, un personaje apasionante con el que Cantavella se haría una foto, pero quien se ha ceñido a él de forma estricta es Urdangarín, “aunque fuera yerno y no sobrino”.

“La sabiduría popular en España llama a los timos ‘cuentos largos’: lo importante, como en el de la estampita o el del tocomocho, es embaucar a la víctima con muchos detalles y abrumarlo con el relato, que no pueda pensar ni un segundo”. ¿Como las campañas de préstamos cuyo eslogan es: ‘¡No se lo piense!’? “Exacto. Y como en las novelas: en realidad eso es lo que hace el escritor, que es en última instancia un timador, un tramposo. El timo, como el mito, es una forma de explicar la realidad, incluso el mundo”.

Quizás demasiado habitual en España, tanto por los ejemplos recientes como por su tradición de novela picaresca: “No sé si más que en otros sitios, pero por ejemplo se sabe que antes de Lehman Brothers, la estafa piramidal surge de un caso español, La Baldomera, que además era hija de Larra, nuestro escritor romántico”, de quien la Reina Letizia regaló un libro a su esposo el Rey Felipe VI.

Conociendo la historia de los timos, uno no cae en la trampa. A Cantavella le sucedió: le ofrecieron un pisazo de 200 metros cuadrados al lado del Ateneu de Barcelona, donde imparte clases de escritura, pero el presunto propietario vivía en Canarias y le pedía que le pagara el billete de avión para poder enseñárselo. Conociendo los mitos clásicos, uno no asume como reales las ficciones que sustentan, por ejemplo, el capitalismo. 


Mitos contemporáneos: los chorizos

“Yo no echo en falta el mito, lo que condeno es que pensemos que los mitos ya no están entre nosotros. No nos damos cuenta de que estamos subyugados por los mismos mitos del pasado, y en función de ellos se nos gobierna y mangonea. La idea de democracia, de paz mundial, de igualdad, incluso de la crisis como algo inevitable cuando en realidad es una estafa. Las instituciones emplean siempre conceptos de carácter mítico que hacen pasar por reales. En esa ignorancia crecen ese hatajo de ladrones que se llevan tu dinero y que consiguen que usemos su lenguaje y acabemos en un bar resignados diciendo: a ver si se pasa ya esta crisis”.

Así que Cantavella no echa en falta el mito, sino la conciencia de que se está empleando. Desde hace demasiado tiempo, en algunos casos: “Algunos mitos sirven para zanjar discusiones. El de la Transición, por ejemplo. Y no me vale que digan que ya está superado, porque no es cierto: sus instituciones están en crisis, monarquía, sistema judicial, partidos políticos”.

Si el problema es no conocer esos timos y esos mitos, ¿va la pobreza económica, incluso moral, ligada a la intelectual? “Sin duda, mira toda esa generación ultrapreparada que no tiene ni una aceituna que llevarse al gaznate. Cómo piensan seguir tratándolos igual, ¿qué han hecho? Destrozar el sistema educativo para que al menos no sean tan conscientes de lo que les están haciendo”.

En esta neolengua artera que emplea el sistema destacan palabras tan cargadas ideológicamente como austeridad y en su novela Cantavella bucea en la biografía del primer premio Nobel español, José Echegaray. "Fue por una apuesta: en una charla entre escritores ninguno de nosotros lo había leído, así que juramos defenderlo…. ¡sin leerlo! A mí, claro, se me ha ido de las manos”. Echegaray, un autor más bien olvidado, porque aparecía hace mucho en los billetes de mil pesetas que usaban los propios timadores. Además de un eminente matemático, fue, entre otras cosas, ministro de Hacienda. Cristóbal Montoro, actual responsable de esa cartera, es una máquina creadora de ficciones, pero Cantavella lo ve más como personaje que como escritor: “Hombre, a mí me recuerda mucho al Gollum… Mi tesoro”.

Y el cielo era una bestia
Robert Juan-Cantavella
Anagrama, Barcelona, 2014