14.9.18

El Mundo, Laura Fernández (Y el cielo era una bestia)



'La montaña mágica' de Robert Juan-Cantavella

  • El autor se estrena en Anagrama con 'Y el cielo era una bestia', una oda al romanticismo científico

05/11/2014

Como un mago con una chistera vacía, Sigurd Mutt llega al balneario decidido a poner en orden sus ideas respecto a un buen puñado de cosas. O, más bien, siguiendo la pista de alguien que pretende que encuentre (o descifre) algo. Algo que tiene que ver con un libro puzzle que escribió hace años y que podría contener claves criptozoológicas. No es el 'Necronomicón' lovecraftiano pero tiene un título igualmente inquietante: 'Tras Columbkill'. La cuarta novela de Robert Juan-Cantavella, 'Y el cielo era una bestia' (Anagrama), es un tratado de defensa de la imaginación y de la ciencia, en su concepción primigenia y, por lo tanto, romántica, una oda al monstruo, al monstruo entendido como lo inexplicable, y a todos aquellos que alguna vez han intentado darle caza aún y sospechando que lo más probable es que estuvieran persiguiendo algo que, en realidad, no existe ni existió jamás.

En la ficción, un enorme edificio que, en este caso, rinde también culto a la literatura del XIX y sus paraísos, en concreto, a uno muy especial, al que construyó Thomas Mann en 'La montaña mágica', el balneario centroeuropeo al que aquellos que podían permitírselo, iban, a escapar del mundo, durante tanto tiempo como les fuera posible. "Es como un lugar fuera del tiempo. En la novela se habla de Arriba y Abajo. Arriba es el balneario, ese lugar fuera del tiempo, y Abajo es el pueblo, la realidad", confiesa Robert, ante un vaso de agua con gas. "De 'La montaña mágica' también he tomado la idea de la comunidad. Por más que el protagonista evite forma parte de ella, la comunidad le va absorbiendo e inevitablemente acaba formando parte de ella. No puede escapar. Algo parecido le ocurre a Mutt", añade.

Mutt, a quien describe como un perdedor, "un personaje vencido", que llega a Vor (así se llama el pueblo), "abatido y sin fuerzas", pero que una vez allí, empieza a cambiar. Al respecto, como viene siendo habitual en la prosa de Juan-Cantavella, los límites entre realidad y ficción no están en absoluto claros. Los personajes reales se mezclan con los ficticios, y estos, a su vez, se vuelven reales. "Me gusta partir de lo real, la verdad es que no sé por qué, pero me gusta. Partir de la realidad para después cambiarla. Es como si necesitara una materia prima que traicionar", asegura. El lector no debe fiarse, porque incluso cuando escribe sobre José Echegaray, el primer Nobel de la literatura española, mezcla su vida con la de Benito Pérez Galdós. "No lo puedo evitar", dice. "Es como si tuviera que conseguir barro para después poder trabajar con él a mi antojo", considera.

Una ciencia muerta

¿Le fascina especialmente la criptozoología? Porque sus protagonistas formaron parte en su momento de una especie de grupo que se hacían llamar los Zoólogos Furiosos, y lo de furiosos tenía que ver con el hecho de que ninguno de ellos quería aceptar la norma que dice que si no se encuentra una prueba física de la existencia de cierto ser (su cadáver, sus huesos, cualquier cosa), ese ser no existe. "La criptozoología tiene 50 años como disciplina científica, se está creando aún, inventando su propio lenguaje, que conjuga con la fe. En ese sentido, participa de los protocolos de la ciencia del siglo XIX, cuando aún todo era posible. A Conrad le fascinaban las partes en blanco de los mapas, las que aún entonces no había explorado el ser humano, lugares en los que se podía escapar del mundo. En el siglo XIX, los científicos tenían estos espacios en blanco. Hoy ya no. De ahí que me fascine la criptozoología. Como ciencia, está muerta. Ha muerto cuando aún se estaba desarrollando", relata.

En ese sentido, quiere dejar claro que lo que le interesan son "los buscadores", tipos como el propio Mutt y sus maestros, el zoólogo sueco Bengt Sjögren, y Bernard Heuvelmans, cuya vida cambió en algún momento de 1948, cuando leyó un artículo en el 'Saturday Evening Post' titulado 'Podría haber dinosaurios', no los monstruos. "Los criptozoólogos, además, son especialmente ilusos, tienen una ilusión tremenda y en muchos casos no tienen las herramientas adecuadas ni saben cómo hacer las búsquedas. Pero les mueve la pasión por lo desconocido. Puesto que no tienen un lenguaje propio, que aún se está creando, utilizan el de la mitología y el de la literatura, y eso les hace aún más cercanos. Porque si hubo un momento en el que entendimos a los científicos, ese momento ya ha pasado. Todo es demasiado técnico en la ciencia.

Cada disciplina tiene su propio lenguaje y está muy lejos de cualquier cosa que pudiéramos entender", apunta el escritor, que considera que ésta es la novela "más de misterio" que ha escrito jamás. Tiene en común con sus anteriores creaciones, además de la mezcla ineludible de realidad y ficción, el concepto de mundo cerrado. "Me gusta crear mundos cerrados que me permitan controlarlo todo. Un mundo cerrado que siempre está en contraposición, como enfrentado, a otro", confiesa. Y luego está el reto de escribir siempre algo diferente. Incluso hacerlo de forma diferente. "En este caso quería que la narración tuviera algo de decimonónica. La siguiente no tendrá nada que ver. Voy a evitar las disgresiones. Voy a intentar ir al grano", concluye.

Y el cielo era una bestia
Robert Juan-Cantavella
Anagrama, Barcelona, 2014