14.9.18

El Cultural, Alberto Gordo (Y el cielo era una bestia)


Robert Juan-Cantavella
"Concibo la novela como un encuentro de los materiales más diversos"

ALBERTO GORDO
04/11/2014

Un balneario decimonónico en pleno siglo XXI, un profesor fracasado llamado Sigurd Mutt, un manuscrito tan rocambolesco como misterioso, un enigma -o varios-, dos personajes ausentes aparentemente desconectados, todo ello disperso, desperdigado en la mesa para que el escritor lo junte, lo amase y consiga una novela que, al caer, retumbe como un objeto compacto. Eso es lo que se propone Robert Juan-Cantavella (Almazora, 1975) en Y el cielo era una bestia, su última novela tras títulos como El Dorado o Asesino cósmico. Aquí, a diferencia de otras veces, hay más misterio que humor, lo cual, aclara, “no responde a ningún motivo concreto”. Tan solo se trata, dice, de hacer un libro distinto cada vez. Aunque avisa, por si hubiera algún despistado: “No me interesa el modelo de novela de intriga sino para ponerlo al servicio de lo que yo quiero contar. En esta novela no acaba todo cuadrando, no se trata de un mecanismo como el de un reloj, aunque al final funcione puesto que responde a los propósitos de los personajes. De hecho, antes de elegir el género yo ya tenía casi todos los materiales listos”.

Pregunta.- Tenía, entonces, la historia clara desde el principio.
Respuesta.- La trama no, pero algunos personajes, sí. El personaje de Sigurd Mutt, por supuesto. Otros fueron surgiendo. En todas mis novelas tengo claro, en primer lugar, cuáles son los materiales con los que quiero trabajar; en este caso, eran la criptozoología y la fascinación del personaje principal por ella, así como las figuras del santo medieval Columbkill y de José Echegaray. En segundo término vino el balneario, que me pareció un buen espacio en donde situar, digamos, la trama detectivesca, ya que es un lugar en donde los personajes pueden dedicarse durante mucho tiempo a leer y discutir.

P.- Como los personajes ausentes, Echegaray y Columbkill, los huéspedes de ese balneario son de distintas procedencias. Ya sus nombres nos resultan exóticos y misteriosos.
R.- En realidad esto cuadra con este tipo de balnearios. Tal y como los defino en la novela, estos lugares ya no existen desde hace un siglo. Pero en aquel tiempo, eran lugares muy internacionales a los que acudía gente de toda Europa. En cuanto a los nombres, sí que es cierto que no me gusta utilizar apellidos comunes, pero trato de que todo tenga una raigambre.

P.- El balneario de la novela, esto se ha dicho ya, recuerda al de La montaña mágica. ¿Hay alguna inspiración más?
R.- Me resultaría complicado. Siempre estoy influenciado por muchas cosas. Te podría hablar de la película Freaks, y del relato en que está inspirado, titulado Las espuelas. Tiene conexiones con La montaña mágica, aunque sean textos muy distintos. Hay un aspecto fundamental que comparten ambos. Cuando Hans Castorp llega al balneario de La montaña mágica, él se siente un visitante, cree que no está enfermo. Sin embargo, la comunidad trata poco a poco de hacerse con él, de incluirlo. Esto es algo que también ocurre en Freaks, quizá más en la película que en el texto, con el personaje femenino que forma parte del circo pero no como una freak, sino como una belleza. Finalmente en la película los freaks la convierten en una de ellos. Me interesaba este tipo de comunidad cerrada que se hace con el individuo.

P.- Ese es un tema. ¿Otro no sería la crítica al inmovilismo o a la excesiva ortodoxia de ciertas ciencias naturales?
R.- Yo no llegaría a llamarlo crítica, puesto que entiendo perfectamente las razones por las que, en este caso, la zoología no admite en la academia a la criptozoología. Incluso puedo compartirlas. A mí me interesan mucho los inicios de las ciencias. Me interesa lo herético de estos movimientos incipientes. Son tentativas que no se adaptan, pero que resultan necesarias para encontrar el camino. Además, en estos primeros momentos las ciencias naturales utilizan un lenguaje aún sin definir. Lo están creando al tiempo que avanzan y eso hace que sea asequible a cualquier persona. Tú puedes leer a los naturalistas del siglo XIX y entenderlos perfectamente. Eso me interesa, y es algo que viene de lejos: en El Dorado ya hablé de la incipiente antropología moderna y en la novela que estoy escribiendo ahora vuelvo a interesarme por los científicos del XIX que crearon la criminología.

P.- Entre los muchos relatos paralelos, hay un personaje, el Rubio, que recupera timos y engaños populares. ¿Tienen su conexión también con esos discursos míticos y, por tanto, mentirosos de las ciencias que no llegaron a ser?
R.- Su conexión no es tanto con las ciencias en sí como con su condición de relato. En las ciencias vemos un relato, una cosmovisión y una representación de la sociedad. El paralelismo lo veo yo en que los timos en sí mismos constituyen un relato y un espejo de la sociedad en la que funcionan. Y ahí podríamos hablar de un tipo de reivindicación, pues aquí, en la novela, hay una intención de que el timador, el personaje que controla todo este conocimiento, sea capaz de poner el relato al servicio de su investigación y resuelva el enigma.

P.- El enigma podríamos decir que es, por lo menos, doble. Por un lado, está la historia de Columbkill y por otro la de Echegaray, que son dos personajes de los que se sabe poco o nada, pese a que el segundo fue nuestro primer Nobel de Literatura. ¿Cómo llegó a ellos?
R.- Me interesaron por sí mismos. No tienen ninguna relación, así que yo me interesé por ellos de forma singular. Si me pregunta por qué los metí en la misma novela, mi respuesta está en la concepción que tengo de lo que es la novela. A mí no me interesa reproducir un género, que en este caso sería la intriga, sino la novela como un lugar en el que puedes propiciar el encuentro de materiales diversos que no tienen nada en común. Y que en la novela el autor sea capaz de poner todos estos mundos en juego y conseguir que el lector lo admita.

Y el cielo era una bestia
Robert Juan-Cantavella
Anagrama, Barcelona, 2014