14.9.18

Blisstopic, Santiago García Tirado (La Realidad. Crónicas canallas)




Robert Juan-Cantavella
La playlist de crónica que suena como el punk

Santiago García Tirado 


Que en los últimos años se haya prodigado en la novela no debe hacer olvidar que en Robert Juan-Cantavella (Almassora, 1976) es dominante el oficio de cronista. Independiente gracias a asegurarse su subsistencia por otros medios, inteligente a fuerza de sólidas lecturas y con licencia para no intoxicarse con el día a día del oficio, Robert Juan-Cantavella firma crónicas dignas de su adorado Hunter S. Thompson sin perder el sello de originalidad que ya ha probado en otros ámbitos literarios. Si en “El Dorado” (Mondadori-Lit. Random House, 2008) se lanzaba a hibridar ficción y análisis periodístico en un desopilante viaje a Marina d’Or, esa sede de la estupidez colectiva, en “La Realidad. Crónicas canallas” ofrece una selección de sus mejores textos con los que enmarcar cronológicamente aquel ejercicio de crónica de calidad.

El resultado es una playlist que despierta lo mejor de una mente crítica y la prepara para la euforia y/o la mala leche apoyándose en un tono punk que lo impregna (casi) todo. De ella, de sus fetiches, de sus periplos emocionales y algunos otros ingredientes llenamos la conversación que tuvimos en Malpaso ―por cierto, una metonimia fantástica de restaurante con sello de editorial―. Es junio y Barcelona arde con los primeros festivales de la temporada.


A veces serio y analítico, a veces canalla y mordaz, ¿con cuál de los dos Robert Juan-Cantavella me voy a encontrar hoy?
¿Qué prefieres?

A tu gusto. Me adapto al que venga.
Pues el serio y responsable.

Vaya, teniendo delante al editor y al director de la colección no podía esperar que fuese de otra forma. Pero insisto, ¿de qué depende que haga su aparición uno u otro? ¿De la persona que tengas delante, de lo que ese día haya entrado en tu cuerpo?
Depende del tema del que vaya el texto, normalmente. El report con Bret Easton Ellis ―B.E.E. lo llama con sorna en el libro― la propuesta que me hizo Jaime Rodríguez Z. en “Quimera” me pareció muy atractiva, y pensé que no hacía falta mayor condimento, que simplemente ejercer de observador podía ser interesante, simplemente por la posición en que estaba yo en aquel texto, porque era muy ventajosa. Podía vampirizar el trabajo de entrevistador de todos los compañeros que iban pasando por allí, unos treinta o cuarenta, y además escribir con sosiego, sin tener que entregar nada enseguida, y limitarme a observar no sólo a B.E.E. y sus palabras, sino lo que sucedía a su alrededor. Hay otros casos en los que la realidad me parece grotesca y escojo unas formas menos puras, digamos, menos complacientes de acercarme. Por ejemplo, en “La noche de los mequetrefes”, el texto de la campaña electoral [del 2011]. parto de la idea de que a esta gente, los políticos, se les ha olvidado que trabajan para nosotros, que deben servirnos, deben obedecernos, nosotros somos los jefes y ellos trabajan para nosotros, y por lo tanto me siento absolutamente autorizado para ser agresivo con ellos. Ahí sale más el lado canalla porque lo exige el objeto al cual me enfrento.

Sí, pero veo que a veces firma Robert J-C, y a veces un tipo llamado Trebor Escargot, ¿cómo es vuestra relación?
A veces soy Leslie, y a veces soy Bob, como en “Twin Peaks”.

Insisto, ¿de qué manera os repartís el trabajo en casa?
Normalmente lo hago casi todo yo, porque él suele estar ausente. No, a Trebor Escargot acudo a veces ―cada vez menos― para añadir una máscara más al carnaval de la forma de organizar el texto. Hay algunos textos que sí son más juguetones, con más intromisión de la ficción, más canallas, y eso queda más cerca de Trebor Escargot. 

La primera vez que me di con Trebor Escargot fue en “Mutantes” (Berenice, 2007) donde un relato tuyo recreaba la lucha de los molinos, desde el punto de vista de los molinos, contra ese loco lanceador de la Mancha. Entonces me intrigó lo del caracol ―”escargot” es caracol en francés― pero, ¿realmente tiene explicación?
Sí, eso es una cosa que no me han preguntado normalmente, y que tiene una explicación  sencilla: Trebor es Robert al revés; y Escargot es por los nombres populares que se asocian a pueblos y ciudades: en mi pueblo, Almassora, la gente fue identificada en cierta época como “cargols” ―caracoles―. Trebor Escargot en realidad lo que está diciendo es Robert de Almassora.

The only one.
”Robert de Almassora”.

¿Qué es lo que te decide a entrevistar a un personaje u otro?
En la mayor parte de estos textos y en general el territorio donde yo me siento más cómodo es cuando a quien tengo delante me inspira o bien un profundo amor y respeto y admiración, o bien un profundo desprecio. El término medio no me interesa tanto. Estos dos estímulos son los que más me ayudan a trabajar. El lado de Curtis Garland, o Javier Krahe, o Barricada, un profundo amor y admiración; el lado de Bernard Madoff, todos los ilustres profesores universitarios y burócratas de la política que aparecen en Inside Jobs, o el propio Mariano, me producen desprecio absoluto. Y eso provoca en mí rabia, que es una herramienta que me sirve para escribir.

Que saca lo mejor de ti.
La rabia y el desprecio… puede ser.

Luego te preguntaré de esos personajes que te provocan sentimientos encontrados, pero ahora, una cuestión técnica: frente a una entrevista o una crónica, ¿qué te planteas como objetivo, a dónde apuntas?
Pues mira, en ese sentido trabajo muy tranquilo, porque no me lo propongo. Cuando voy a hacer algo no tengo muy claro cómo lo voy a hacer, ni sé qué es lo que voy a encontrar, o sea, no me causa estrés. En la mayor parte de los casos a priori no sé qué es lo que quiero encontrar, voy a buscar a ver qué es lo que encuentro. Cuando ya lo tengo delante, aquellas cosas que encuentro trato de manejarlas de un modo u otro, y eso me lleva a darle al texto una forma u otra.

Vamos a ver qué es lo que has encontrado en algunas crónicas que te iré nombrando, con qué te quedarías como pieza esencial. Y empecemos con B.E.E.
Lo que me proporcionó esta forma de hacer un retrato de B.E.E., una crónica de aquellos días fue, más que una cosa que dijese él en concreto, plasmar algo que ―y ya sé que no he descubierto la coca-cola con esto― no es tanto el personaje y sus opiniones, sino lo que sucede a su alrededor y que queda oculto a los reportajes normalmente. Por ejemplo, un autor cuando está promocionando un libro repite una y otra vez a distintos periodistas informaciones muy parecidas, es decir, la repetición es una constante en la actividad del autor que está promocionando un libro. Normalmente eso se obvia, cada periodista ―de forma totalmente comprensible― trata de ser original.

Sí, y le dice a su lector: “Atención, mira lo que te traigo en primicia, lo que he descubierto”.
Que es cierto, tiene algo de cierto, pero convive con eso también el elemento de premeditación y de repetición del autor. Una de las cosas que me gustan de ese texto de B.E.E. es que no me apoyé tanto en sus ideas como en darle al lector una imagen más real de en qué consiste la promoción de las grandes estrellas a las que entrevistan 40, 50 veces, y ahí una de las cosas que plasmé fue ese juego con la repetición. Incluso llegamos a hacer un juego él y yo: él decía “vamos a ver cuánto tarda en aparecer esta pregunta”. Pues eso, más allá del chiste, eso es quizá lo que creo que le puede aportar al lector este texto.

De Krahe, aparte de tu amor, qué destacas. 
Que siempre me dijo que no a todo. “Krahe, quiero entrevistarte”, “Pero no, no, eso no tiene sentido”. “Krahe, joder, que quiero entrevistarte”, “Bueno, va, pues lo hacemos”. “Krahe, que quiero escribir un libro sobre ti”, “Va, hombre, eso es una tontería, búscate otro, pasa un tiempo mejor, ¿qué, que no tienes novia?” Y luego es que siempre que nos veíamos me preguntaba por mi hermana, el cabrón, y yo le decía “no, no ha podido venir”,  y me decía: “Ah, vale”, como diciendo “me voy a tener que conformar contigo”. Y luego nos íbamos de fiesta toda la noche por aquí, por Barcelona. Me lo pasaba muy bien con Krahe, con sus discos, pero también después tomándome copas, porque Krahe es un tipo muy inteligente [no digan que no es adorable este presente que se le escapa a Robert J-C], de una agudeza y una frescura interesante. Y de Krahe admiro el compromiso que tuvo siempre con su obra. Él lo pasó mal durante mucho tiempo, sobre todo en los ochenta, debido a la censura de Felipe González, nada más y nada menos, por una canción en la que criticaba lo de la OTAN, “Cuervo ingenuo”. Ahí sufrió una censura no escrita en la que no le llamaban a tocar en ninguna parte, pero sobrevivió, y ya no se movió de ahí, ya no digo con esa canción, porque a él nunca le ha gustado alardear de esas cosas políticas, él se inventó su forma de hacer canciones. Y admiro también su evolución, que es muy personal, porque no tiene compañeros de viaje en la música y la cantautoría española, y se mantuvo firme en un lugar en el que se sentía muy cómodo. Él decía que se sentía un cantante de “poquedumbres”, sus poquedumbres éramos muy fieles, e íbamos una y otra vez a verle cada vez que venía a Barcelona.

No quiso tampoco ser mediático.
Nunca se prostituyó, siempre se mantuvo a un nivel digamos de firmeza con su proyecto estético, artístico y político a un nivel que es propio de muy pocos artistas actuales y que yo admiro profundamente.

Qué dirías de Curtis Garland.
Curtis Garland es algo muy parecido. Con Curtis tuve la suerte de compartir sus últimos años de vida. Nos hicimos amigos, éramos vecinos, vivíamos en el Poble Sec los dos, él en la calle Fontrodona y yo en la calle Roser, a tres minutos, y coincidíamos en el barrio. Además nos veíamos con otra gente, con Gabriel, el editor de Morsa, y Javier Pérez Andújar, quedábamos para tomar cerveza todos los meses. Otro ejemplo, Curtis Garland, en este caso más trágico porque no contó nunca con ningún tipo de apoyo. Eso es un crimen por el que algún día serán juzgadas las instituciones culturales de este país, por la desatención a todos esos escritores, pero bueno, era un tipo lleno de alegría y vitalidad. Me encantó conocer con él sus libros, me lo pasé bomba. Era un gran ejemplo de un tipo fiel a sus principios estéticos, de hecho murió con las botas puestas. Recuerdo que el día que murió fui a verlo al hospital y estaba escribiendo una novela, y allí estaban también las pruebas de publicación de la última, que ya apareció póstumamente.

Mencionas Barricada en el momento en que se despide, hablas de Krahe y de Curtis Garland, que ya no están… En el ámbito nuestro ¿sólo te cautiva aquello que destila melancolía?
A Curtis lo conocí porque yo fui a pedirle si quería colaborar en una novela que yo estaba escribiendo, inspirada en sus novelas, “Asesino cósmico” (Mondadori-Lit. Random House, 2011), donde él escribe un capítulo. Entonces todavía le quedaban años de vida… Vaya, esa observación tuya no me la había planteado, pero no, no busco eso, otra cosa es que encuentre eso. Lo de Barricada fue la excusa. A mí siempre me fascinó Barricada, forma parte de mi formación vital y espiritual, de hecho yo soy en parte lo que soy porque estuve en esos conciertos, y no se me había ocurrido nunca escribir sobre Barricada. De repente dicen que se separan y me pareció un buen momento para recuperar todo el otro material. ¿Y es la melancolía la que me lleva ahí? Conscientemente no: B.E.E. está en pleno ejercicio de su carrera, Marianico también lo está… hay otros textos con protagonistas que no están en el mismo momento de acabamiento.

No hablamos del mismo tipo de devoción.
Ya… eso es cierto. En el caso de Krahe, fíjate, lo que aparece aquí es como un Frankenstein hecho de otros textos. La primera vez que escribí sobre Krahe fue en la revista “Lateral” en 2003-04. Volví a escribir sobre él diez años más tarde, estuve coqueteando con la idea de escribir un libro desde el principio de los 2000, aunque sí es cierto que he reunido esos textos y los he convertido en uno solo tras su muerte.                              

Ya que tenemos pululando por aquí algunos protagonistas de la cultura puntera actual ―en la mesa de al lado Jordi Carrión revisa su Whatsapp, a pocos metros Marc Caellas apura en su vaso algo que no distingo y pincha al azar en una macedonia de fruta― confiésate: ¿a qué protagonistas del momento actual te pone entrevistar? En su defecto, ¿qué proyecto periodístico te tiene el corazón robado?
Pues si encontrase la forma de hacerlo―ya sé que no es original, pero es algo que siempre me ha fascinado, y me sigue fascinando― la campaña electoral es un hecho que me interesa mucho. Si encontrase la libertad para escribir lo que me dé la gana, tal como hago en este libro en un par de ocasiones, me gustaría. 

Pues esta campaña en concreto presenta elementos de originalidad.    
Claro, tendría que encontrar un medio que me dejase plantear las cosas así, como yo quiera, y que me diese cierto espacio. Siempre he coqueteado con la posibilidad de trabajar la campaña electoral de una forma más seria, no tan puntual como he hecho aquí [señala el libro], y supongo que en algún momento lo haré.     

Hay momentos donde directamente la entrevista golfa te lleva a inventar las respuestas, y no sólo las preguntas: el “Proyecto Boyero” ―que no tiene precio― o la entrevista a Rajoy ―¡sin plasma!―. Supongo que las inventas porque sólo así puedes asegurar algo más interesante que lo que van a decir en el plano real.
Eso que acabas de decir es cierto, pero en la entrevista a Rajoy, en el momento en que la hice, Rajoy se negaba a conceder entrevistas a nadie, a no ser que fuese el “Marca”. Luego, al entrar en campaña, sí que dio algunas entrevistas. Bien es cierto que cuando en vez de un ficus benjamín tenía delante un periodista quedó enseguida en ridículo, como aquella vez de “la europea”. Claro, como no se toma la molestia de saber qué pasa a su alrededor, cuando tiene un periodista delante lo pone en aprietos. Lo que quiero decir es que, a pesar de que lo que dices es cierto ―¿para qué voy a molestarme, si me lo puedo inventar yo?― hacer una entrevista inventada en ese momento era una forma de denunciar el hecho de que el elemento éste, al que le pagamos nosotros y es un empleado nuestro, se toma la libertad de no admitir preguntas, lo cual raya con el delito, desde mi punto de vista.

¿Sigue siendo el periodismo un arma cargada de futuro?
Yo creo que sí, otra cosa es que estemos hartos de leer y de ver basura en muchos sitios, pero eso no quita que siga existiendo la posibilidad del buen periodismo y que sigan existiendo buenos periodistas, y lugares y momentos en los que se hacen cosas muy interesantes.   

Hablas del Nuevo Periodismo, incluso del Nuevo Nuevo Periodismo, y pregunto: ¿qué debe cambiar, o hacia dónde debe mirar el periodismo actual, en esta tesitura difícil en que se encuentra?
No tengo recetas, no lo sé. Lo que sí está claro es que sigue habiendo gente inteligente ―la habrá siempre―, gente con valor para hacer preguntas y para proponer interpretaciones arriesgadas e inteligentes. Otra cosa es que haya ahora una precarización del trabajo, lo cual es un enemigo de la calidad, una tendencia a lo espectacular ―p. ej. en la tele se hacen programas que se dicen políticos, y son una versión calcada de “Sálvame”―. Eso hace mucho ruido, no es periodismo serio, y puede que le robe protagonismo a otras formas de periodismo, a otras posibilidades. No sé lo que hay que hacer, no tengo la receta pero, vaya, la desaparición del periodismo es imposible.

¿Sabías que en ciertos medios de mucho prestigio, aquí, en Barcelona, está vetado el tema Colau, no se puede hablar bien de los logros de la alcaldesa?
Vaya, no sabía.

En relación con esos abusos de la prensa conservadora, ¿qué opinión te merece esa propuesta de Pablo Iglesias, que levantó tanto revuelo en su día, sobre el control de los medios privados?
Creo que con una frase así yo necesitaría saber todo lo que quería decir. Normalmente una frase así se saca de contexto, y no sé exactamente a lo que se refería. Controlar un medio de comunicación no me parece bien, ni público ni privado. A los periodistas hay que darles libertad, quizás haya que controlarlos para que tengan esa libertad, cosa que no sucede por ejemplo en la tele pública de ahora.

Se prodigan poco, pero ¿volverán algún día Trebor Escargot y/o Robert Juan-Cantavella?
Sí, volverán. Últimamente he tenido menos tiempo por mi trabajo, la novela en la que estoy, y por mi hija. Y esto ha dejado fuera últimamente ―me doy cuenta― las crónicas y el periodismo. Pero volverá, de un modo u otro, seguro que vuelve porque es un lenguaje que me gusta mucho, en el que me siento muy cómodo, y seguro que volverá. Para bien o para mal.

¿Qué queda de aquel “mono curioso” del que un día habló Eloy Fernández Porta al referirse a ti? ¿Qué queda de aquel tipo que se fue a Chiapas con veinte años?
Yo creo que queda algo, obviamente ha desaparecido parte de la ingenuidad ―esto lo digo con tristeza― porque me he hecho mayor: antes era un niño de veinte años y ahora soy un señor de cuarenta. Pero creo que queda la curiosidad, por lo menos, y la rabia que también había entonces.

¿Cuánto de idealismo y cuánto de mala leche queda en este Robert Juan-Cantavella que tengo delante?
De idealismo, un poco sólo. Queda menos idealismo que mala leche.

En tu última crónica, donde tienes veinte años y narras tu viaje a la zona zapatista de Chiapas, explicas que, sin remedio, te viste obligado a borrar un párrafo entero por exceso de idealismo.
Aquello no era tanto por idealista como por ingenuo. En el texto de Chiapas la jugada es que respeto el diario que escribí entonces, con lo que tiene de ingenuidad. Pero al final había una reflexión que me parecía demasiado tierna e ingenua, sobre quién soy yo para escribir esto, etc. etc. Me sonrojé demasiado y tuve que quitarla.        

Entonces, idealismo ¿sí o no?
Soy mucho más pragmático, pero trato de que quede algo del idealismo. Es necesario. 

La Realidad. Crónicas canallas
Robert Juan-Cantavella

Malpaso. Barcelona, 2016