La Realidad. Crónicas canallas
Robert Juan-Cantavella
Malpaso. Barcelona, 2016.
NADAL SUAU
29/07/2016
La Realidad a la que alude el título de este libro de Robert Juan-Cantavella (Castellón, 1976) no es sólo esa a la que alude Lo Real, la colección de crónica literaria dirigida por Jorge Carrión que lo acoge. La Realidad de Juan-Cantavella es, desde luego, un territorio de hechos, personajes y localizaciones físicas susceptibles de encararse en forma de crónica, entrevista o ensayo, como en efecto ocurre en los doce textos que conforman el libro.
Pero además, aquí La Realidad es un lugar. Uno real (perdón por el bucle), en el que se constituye una de las comunidades indígenas medulares del movimiento zapatista. Un lugar al que el autor acudió con veinte años para formar su mirada política, para entender que el subcomandante Marcos era al mismo tiempo individuo y performance colectiva (aquí podríamos reforzar el bucle: ¿no es eso otra doble realidad?), y también para aprender “a esperar”. Como se ve, la principal característica de esta escritura estriba en que, sin perder de vista ni un momento la verdad concreta y nada relativa de los hechos, las estrategias retóricas o estructurales para acceder a ella y las capas de significado que acarrea no parecen estar nunca del todo cerradas. Nunca se sabe cuándo el autor hará una nueva pirueta, despreciará otra convención genérica, buscará otra analogía arriesgada. Así pues, la idea de “espera” se vuelve de pronto sorprendentemente activa, y el cronista en alguien que genera realidad mediante la escritura. De ahí que tenga sentido y legitimidad apelar al referente de Hunter S. Thompson o David Foster Wallace cubriendo activamente campañas electorales, aunque la réplica del autor a esos modelos se limite a la operación, mucho más estática y en pantuflas, de mirar el debate Rajoy-Rubalcaba del año 2011 por la tele.
En estas páginas la realidad también se articula a través de aquello que no sucede ni podría suceder, y que en su imposibilidad revela verdad. Ejemplo: una entrevista al presidente Mariano Rajoy, en la época en la que Rajoy no había descubierto el plató uterino de El Hormiguero y por lo tanto no tenía la ocurrencia de concederlas (una entrevista, además, en la que el presidente experimenta una incapacidad, química e inducida, para mentir). Otro ejemplo: ese texto memorable, “Proyecto Boyero”, en el que se revela que la arbitrariedad característica de la firma “Carlos Boyero” es en realidad una ficción artística que busca discutir los límites de la autoría y la función de la crítica, de su recepción, o del simple sentido común. Como se ve, el subtítulo del libro, “Crónicas canallas”, es deliberadamente conflictivo: las piezas más satíricas del volumen caen de lleno en la ficción, sin ambigüedad, y lo “canalla” vendría más propiciado por ciertos temas (Barricada o Krahe como banda sonora) o por un Yo inquieto que no quiere permanecer en su posición base, que por el tono estilístico.
Tesis: si uno fuera editor de prensa, habría publicado todos y cada uno de estos textos con avidez. Antítesis: reunidos y recontextualizados, la dispersión temática y alguna dificultad puntual para agotar todas las posibilidades de los brutalmente ingeniosos planteamientos iniciales (la comparación entre Inside Job y Perros callejeros es muy buena, pero nunca llega a serlo tanto como el mero hecho de tener la idea de plantearla) hacen que La Realidad pierda la oportunidad de ser un libro perfecto. Síntesis: por lo mismo, La Realidad se gana el derecho de empujar los límites de las estructuras genéricas colonizadas por Robert Juan-Cantavella en direcciones divertidísimas y muy conscientes de la tradición a la que se adscriben.