Robert Juan-Cantavella
De enigmas, balnearios... y el primer Nobel español
Santiago García Tirado
Hay un resguardo seguro a media tarde en el Tarambana (148 de la calle barcelonesa del Comte Borrell). A pocos metros, la Gran Via de les Corts, la vorágine, el horror; aquí, un reducto sosegado, apto para una charla sin relojes. Va a llover, pronto. La luz que entra a mi espalda ha tomado el color del cardamomo, y el libro que queda entre mí y Robert Juan-Cantavella (Almassora, 1976) ejerce como un presagio. Nos asegura que aún no ha empezado con la promoción, y eso me parece un estímulo fantástico. “Y el cielo era una bestia” (Anagrama) es una novela con enjundia, y llego con un montón de notas dispuesto a atacar. Aprovechémonos de que somos los primeros y el autor todavía no ha tenido tiempo de elaborar un discurso ni perfilar las coletillas, los titulares, todo ese blurb que más tarde será ruido blanco y distorsionante. Hoy no, todavía no.
Una historia con enigma, acción y un amor más poderoso que la muerte. Caramba, parece que vas en busca de una epopeya.
En realidad lo del “amor es más fuerte que la muerte” es lo último que pensé, y fue para articular otras cosas que sí tenía claras desde el principio: esos juegos con los textos, ese misterio que hay que resolver, Columbkill, Echegaray… Para articular todo eso me hacía falta una trama más poderosa que lo unificase, y surgió de ahí.
Encuentro, además, personajes con volumen: redondos, pero también ovalados, poliédricos, incluso cuadrados. El elenco vale su peso en oro, ¿de dónde los has sacado?
Es complicado. Hay casos en los que sí es fácil decirlo, por ejemplo, el personaje del Rubio. Tal como digo en la nota final, está basado no en un personaje real, pero sí en las investigaciones de un viejo periodista que se llama Enrique Rubio, que es un auténtico especialista en el timo, el timo español de la segunda mitad del S. XX. Pero los otros no lo sé. Algunos están claros desde el principio porque forman parte del germen de la novela, como Sigurd Mutt, pero otros van apareciendo cuando vas armándola. Lo que sí hago es darles cierta bola. Tanto en esta novela como en algunas anteriores entro bastante en algunos personajes, a pesar de que sean secundarios, y busco crearles historias propias, que muchas veces convergen en la historia general, pero que otras veces tienen su propio juego. A mí me gusta mucho este concepto coral de la novela, que haya una historia principal, pero que los personajes tengan su propia enjundia. A veces eso puede desequilibrar el libro, es un riesgo que corro, pero prefiero correrlo.
Uno se encuentra de repente en un sanatorio, Vulturó, rodeado de una serie de tipos de lo más extraños. Algunos hasta dan miedo, pero enseguida uno entiende que todos son caricaturas.
Sí, hay algunos que lo son mucho; por ejemplo, los trabajadores del sanatorio, Alexandr y su colega. Me gusta fijarme en un rasgo y luego darle vueltas o deformarlo.
En eso encuentro mucho Dickens.
¿Sí, tú crees?
Sí, lo hay.
Hombre, es un halago.
Y, como en Dickens, hay personajes con una personalidad marcada hasta la deformación, que se desenvuelven en diversas tramas que pueden confluir cientos de páginas después. Y encuentro algo también de Tarantino, ¿te molesta que lo diga?
No, no me molesta.
Tarantino, no por imitación, sino tal vez como coincidencia en un modelo estético que compartes con tu generación. ¿Cuánto encuentras tú de Dickens, y cuánto de Tarantino?
A mí me resulta más fácil de ver a Dickens que a Tarantino en esta novela. El modelo de realismo de Dickens me interesa porque deja mucho espacio para la deformación de los personajes a partir de un rasgo que los caracteriza, llegando a la parodia, y en cualquier caso en una proximidad con lo grotesco, lo que se aleja de lo estrictamente natural, digamos. De Tarantino, no lo sé. Si tú lo dices, será así. Pero yo aquí no lo veo.
Hay violencia en varias escenas.
Bueno, sí. A nivel de trama, de tratamiento de la violencia, sí, en algunos momentos. Pero vaya, eso lo veo más circunstancial, más propio de una trama que en cierto momento necesita estos puntos. Pero eso es más sencillo. La construcción del personaje me parece más interesante, por eso veía más similitud con Dickens.
Luego están los cambios de registro, son brillantes. Hay personajes que se retratan de maravilla con su modo de hablar, y en ocasiones dan lugar a diálogos memorables.
En la última novela ya me interesó, y en esta hay, no sé a los que te refieres tú, pero yo identifico un registro literario lingüístico muy arcaizante, sobre todo a través de uno de los personajes, cuando se habla de Echegaray, y todo el conflicto que hay con él. Ahí sí que había una voluntad de trabajar un castellano muy arcaico, que es algo que ya hice en “Asesino Cósmico”.
Están también Tod Volta, que siempre remata en francés; el Rubio, que domina la germanía…
Claro, el Rubio tiene un registro más popular, más llano, que contrasta con el comportamiento más elegante, y a veces peripuesto, de sus compañeros. En el caso de toda la discusión sobre Echegaray sí que utilicé un registro mucho más arcaizante, entre otras cosas porque a mí me gusta mucho ese registro, más ampuloso. Incluso el del propio Echegaray tiene su gracia (sólo tiene su gracia). Él utiliza un lenguaje grandilocuente y barroco, no con tanta habilidad como otros escritores españoles, pero ahí encontré una relación entre el autor y la forma de escribir. También fue algo que me sirvió para establecer una especie de períodos en la novela. Hay también un registro más próximo a lo legendario, a la grandilocuencia estilística, en esa parte de la trama.
Me gusta también que cada personaje parezca una yuxtaposición de un nombre con apellido de otra nacionalidad: Tod Volta, Jacques Curvado...
Bueno, no todos tienen su justificación, pero Jacques Curvado sí. Jacques Curvado es un español cuyos padres se exilian y, por tanto, a pesar de conservar el apellido en castellano, los padres le ponen Jacques como voluntad de integración en el pueblo francés.
Muchos de ellos son losers. El Rubio lo es, también Sigurd Mutt. ¿Qué tienes con los perdedores? ¿Escondes en la novela un homenaje?
No, no es un homenaje a nada. Sigurd Mutt es un gran loser que al final de la novela se redime (de una forma que no vamos a revelar). Los otros son entre perdedores y gente que se ha retirado por su voluntad, de algún modo. El Rubio no es un perdedor, de ningún modo. Al final nos enteramos, cuando conocemos su historia, de que es un ganador. Sigue con vida, y vive en las condiciones que él ha escogido vivir. Los otros todos tienen algo de perdedores, aunque la novela no, no es un homenaje a nadie. No sé por qué lo hice así, no me lo había planteado… Supongo que es porque tienen más matices estos personajes, donde hay blanco, pero también hay negro. Eso posibilita que puedas jugar más con ellos.
Ya que hablamos del Rubio, tengo que decir que enseguida pensé en Enrique Rubio, un profesor mío experto en S. XIX.
¡No me digas! Pues no, no, el Enrique Rubio al que me refiero es el periodista. Tiene unos libros que son una maravilla absoluta. A mí me gusta mucho todo el mundo de los ladrones, y sobre todo los estafadores, los timadores, toda esa mitología. La gente más o menos decente, digamos, no estoy hablando de los actuales ministros de economía. Me refiero a la gente que se dedica al timo de una forma decente, para ganarse la vida.
El estafador clásico se aprovecha siempre de la estolidez de la víctima, el primavera, pero también de su avaricia, que lo ciega. A veces me he preguntado si aquí hay una metáfora de nuestra situación política: la clase política estafando a toda una sociedad de primaveras.
No, no hay voluntad en ese sentido. Si tú lo lees así, yo no tengo nada que oponer, pero no hay voluntad en ese sentido. Lo que pasa es que el timo español, el timo potente, los grandes timos del tocomocho, la estampita, los conventos... los grandes clásicos que forman parte de nuestra tradición cultural, además de constituirnos como ciudadanos que somos, son una obra que está ahí, y que nos diferencia de otros muchos pueblos. No es algo que yo me haya inventado para establecer una metáfora. Los grandes timos españoles siempre tienen las características de que juegan con la avaricia de la víctima. Es decir, la víctima efectivamente lo es, puesto que los timadores se dirigen a ella con el ánimo de timarla, y con la estrategia, y los protocolos, y las herramientas necesarias, pero siempre apelan a su lado más oscuro, y eso es lo que hace de estos timos unos dispositivos maravillosos, desde mi punto de vista. Y otra de las cosas que conseguían cuando se ponían en práctica estos timos era blindar al timador, de algún modo, porque tú, como víctima, y en tanto que en tu quehacer como víctima has querido ser verdugo, no te atreverás a ir a la policía a denunciarlo. Los grandes timos de nuestro acervo cultural siempre apelan a esto. Los timos más básicos, igual no; y las groserías, que no llegan ni a timo, que consisten en golpear, o en estafar a viejecitas, pues no. Pero los grandes timos, sí.
Pues ya que conocemos a algunos de los personajes, vamos a entrar de lleno en materia. En la obra aparecen unos textos enigmáticos, que el personaje principal, Sigurd Mutt, va a tener que dilucidar. En ellos juega un papel importante nada menos que Echegaray, nuestro primer Nobel, hoy totalmente olvidado.
Merecidamente… A mí esta época me gusta mucho. Y este perfil de personaje, también. Echegaray es un escritor mediocre, pero es un tipo valioso en otros muchos sentidos, cívicos, digamos. Es un político importante en su época, no es un científico original, pero es lo más cercano que tenemos a un científico en aquellas épocas. A nivel de creación no es original, pero sí a nivel de traducción en un momento en que eso era fundamental en España. El simple hecho de dar noticia de las cosas que estaban sucediendo en el resto del mundo, y no sólo decirlas, sino entenderlas y traducirlas en un sentido amplio de la palabra, dando clases en la universidad, analizando, escribiendo libros que no eran más que digestiones, comprensiones de otros autores, eso, en un momento en que esa actividad tan básica no existía, lo convierte en un personaje relevante. Echegaray me parece interesante así, como personaje. Sus libros no me gustan nada, pero lo que trato fundamentalmente en la novela es el personaje. Me parece interesante también en su medianía, porque es un burgués muy prudente. No hace ningún alarde en ninguno de los campos en los que participa, pero es importante en varios de ellos, es una especie de humanista que los conjuga todos. También te diré que, cuando empecé a escribir la novela, no sabía nada acerca de él. Llegué a él por otros motivos.
Me pregunto quién sabe algo de Echegaray a estas alturas.
Te contaré. Todo esto empezó hace seis o siete años. Estaba con un grupo de escritores en un festival que se llama SELIN (Semana de la edición y la literatura independiente), ya por la noche, tomando copas, y no sé cómo en una conversación entre Javier Moreno, Jon Bilbao, Pablo Mazo y yo salió Echegaray. Y de repente nos preguntamos: ¿Tú lo has leído? ¿Y tú? No lo había leído nadie. Todos éramos escritores, españoles, y nadie había leído al primer Nobel, lo cual, vaya, no tiene nada de misterio, pero nos pareció gracioso. Hicimos una conjura aquella noche, borrachos como estábamos, y firmamos un papel en el que nos comprometíamos todos a reivindicar la obra de José Echegaray ¡sin leerla! El compromiso era reivindicarla sin leerla. Y ésta es mi aportación a aquella conjura de hace seis años o siete.
¿Pero alguien más ha cumplido?
Sí, hay otros que han cumplido. Javier Moreno ha cumplido en otra de sus novelas, no recuerdo si fue en “2020”, o en otra anterior. Y quizá alguno de los otros lo haya hecho y yo no lo sepa, porque nunca nos hemos vuelto a poner en contacto para ver qué pasaba con eso. Si te fijas en mi novela anterior “Asesino Cósmico”, que al principio tiene unos epígrafes, verás que uno de ellos es el de Echegaray. Pues ése era el aviso de lo que iba a suceder aquí. Y siguiendo por ahí, una cosa que he descubierto que me gusta (y no era un a priori mío), que me interesa cuando escribo una novela, es coger un par de temas fundamentales, que no tienen mayor relación entre ellos, y construir un entorno que acaba llamándose novela en el cual sí pueden tener alguna relación. Eso ha tenido importancia también en que estén aquí Echegaray y Columbkill, que serían los dos elementos con los que he jugado, que no tienen ningún punto en común.
Y Columbkill, que tiene todo el empaque de una leyenda medieval, o un puro juego de ficción, resulta que fue real.
La mayor parte de la información que pongo en juego aquí sobre Echegaray y sobre Columbkill es cierta, lo que pasa es que la pongo ahí encima, y en algunos casos la malverso, la fuerzo para que me sirva a mí. A pesar de que me interesa la ficción cerrada, donde todas las reglas las haya establecido yo, no tengo la voluntad de representar una realidad que está ahí fuera porque tenga un compromiso con ella, y todas esas cosas que tienen otros escritores, pero sí me interesa la realidad para apropiarme de ella y que me sirva de arcilla para moldear la novela. Y, en ese sentido, todo lo que se dice de Echegaray y lo que se dice de Columbkill, más allá de donde se ve que la fuerzo, es una información real. La tercera fuente informativa en la liza la conforman los animales desconocidos, tal como los estudia Heuvelmans. Te los he traído por si te hacía gracia verlos, porque son dos libros fantásticos. Mira, esto es una maravilla.
[No me lo puedo creer: tengo en mis manos los dos volúmenes de “Sur la piste des bêtes ignorées”, que Robert Juan-Cantavella acaba de sacar de su mochila. Existen. La parte más disparatada de los textos que tendrá que investigar Sigurd Mutt en la novela ha salido de un libro real. Eso, o he sido deglutido por la ficción y ya no me siento. Levanto la mano, y pido otras dos cervezas.]
Nunca hubiera pensado que estos libros existían.
Es que todo esto ha salido de ahí. Yo amo estos libros. Es decir, el hecho de que lleve este tema a la novela es porque primero me he quedado fascinado por estos libros. Y todo lo que digo de Heuvelmans está sacado de este libro.
Pero en la obra parece un disparate, un mero juego de seducción a partir de leyendas.
Claro, pero lo muy fantástico en este caso no lo es. Forma parte de una disciplina que no tiene los galones de científica, la cCriptozoología, que es una pseudociencia, digamos. Es cierto que el ochenta por ciento de la gente que se dedica a la criptozoología aquí, y en cualquier parte, son charlatanes que tienen unos conocimientos muy limitados. Pero no todos son así. Luego puedes cuestionar sus métodos, claro, si no entran en las academias es porque no cumplen con los métodos científicos, pero eso no quita que puedan ser gente seria, gente que dedica su vida con total honestidad al estudio de una ciencia en la que ellos sí creen. El elemento que introduzco de los animales peligrosos y animales que no existen a través de la criptozoología no es fantasía, hay gentes que estudian animales que no se ha podido demostrar (con los criterios que requiere la zoología) que existan. Existen pruebas, pero no son suficientes como para dar de alta a estos animales en el Atlas Universal Normal de la zoología. Porque para que exista un animal es necesario disponer de un espécimen vivo o bien de unos restos que no dejen lugar a duda. Hay muchos animales que no cumplen esas características, pero hay gente que pretende que existen ciertos animales de los que se sabe por la sabiduría popular, por rumores… hay algo de fantástico pero, vaya, no es algo que yo me haya inventado. Son cosas de los criptozoólogos.
Pero aquí resulta una ficción, a partir de esa fórmula narrativa en la que has mezclado criptozoología, un santo medieval irlandés (Columbkill) y un Nobel olvidado (Echegaray).
Eso sí. El cóctel es cosa mía. Yo no tengo nada tan importante que decirle al mundo como para ponerme a retratar la realidad. No sé hacerlo, ni tengo nada decisivo que decirle a nadie, y el punto de partida, tal como a mí me interesa, es establecer un juego, unas tensiones entre intereses míos, o intereses a los que llego en cierto momento y que luego a lo mejor abandono. Me interesa combinar cosas que no tienen nada que ver entre sí, hacer ese tour de force.
Y hablas de animales extraños, que no sabía que nadie hubiera investigado. Una vez citas todos los monstruos de lagos que existen alrededor del mundo, no sólo el del lago Ness.
Eso lo he tomado de Alemañ, un investigador de estos temas, que tiene un libro de criptozoología publicado por Melusina. Es muy serio. Es complicado encontrar algo sobre estos temas porque hay muchos patanes por ahí, publicando lo primero que se les ocurre. Este libro no es así en absoluto, y esta lista de monstruos de diferentes lagos del mundo la he tomado de ahí.
Los dos espacios rivales serán Vor (el pueblo) y Vulturó (el balneario). Uno está abajo; el otro, sobre la montaña; uno representa la acción y el otro, la contemplación. Aquí sí hay una imagen de nuestra política, ¿verdad?
No, no hay nada político.
Entonces seré yo, que en ocasiones veo metáforas.
[Hay risas, hay tragos. Seguimos.] No, no hay voluntad política. Aquí me ciño al género de las novelas de balnearios. Los balnearios del s. XIX y principios del XX eran nidos de aristócratas y de la alta burguesía que se habían cansado del mundanal ruido y se retiraban a esos lugares. Se juntaban entre ellos, gente con mucho dinero que podía permitirse prestar atención a sus pulmones y no trabajar. Se iban allí arriba (y ahí sí hay una metáfora, en ese irse lejos y alejarse del populacho) pero no es una cosa mía, era así como funcionaban. Y ahí está la literatura de los balnearios. “La montaña mágica”, “La despedida” de Kundera… Vor y Vulturó reproducen esos protocolos. Como ésta era una novela muy de investigar y de mezclar textos y conocimientos, y hay acción, pero supeditada a estos temas, me venía muy bien un lugar de estas características donde ya está previsto que la vida sea eso, charlar y dar paseos. Entonces, la diferenciación entre Vor y Vulturó simplemente reproduce el modelo del balneario tal como era antes. Yo, cuando estaba escribiendo esta novela, fui por ahí a balnearios, y ahora no tienen nada que ver. Todo se ha democratizado de una forma terrible, podemos entrar el populacho, y ya no tiene la gracia que debería tener. Se ha perdido ese mirar por encima del hombro, eso que era lo que determinaba la estancia de esa gente allí, no estar con el humo, y con el sudor y el calor del resto. Estaban solos entre ellos, y se dedicaban a pasear y a tener conversaciones inteligentes, en tanto que todos habían tenido una educación compleja.
Literariamente, ¿a quién ama Robert Juan-Cantavella? ¿Es tan dickensiano como parece?
Yo no diría que sea dickensiano, pero me gusta Dickens. Me gusta porque tiene esa voluntad de realismo, desde el punto de vista de que el autor tiene derecho a partir de esa realidad, y también a modificarla, a tirar mucho de las puntas de los personajes en función de necesidades estéticas, lo que muchas veces ronda la parodia y el esperpento. A mí me gusta eso también, más que un realismo naturalista, que no me interesa. La cosa esta de pulsar la sociedad actual a través de un relato mimético y realista que nos enfrente a nuestras miserias y a las de nuestros compañeros… todo eso no me interesa lo más mínimo. Prefiero modificar, partir de una realidad determinada, respetándola sólo hasta cierto punto.
Vamos, confiésate: dime un autor de cabecera.
No tengo autores de cabecera y oscilo mucho por temporadas en lo que me gusta. La literatura no española me interesa más por una cuestión cuantitativa: hay mucho más donde escoger, porque hay muchos libros, y por necesidad tiene que haber más libros fuera que aquí dentro pero, vaya, la literatura española me interesa mucho también. Pero no soy de unos autores determinados. Ahora, por ejemplo, en esta novela, disfruté mucho con Echegaray, siendo un autor del que no he encontrado un solo libro que me guste, pero he disfrutado, de otro modo. Sí los he encontrado en Galdós, ahí sí he disfrutado leyendo.
“Fortunata y Jacinta” es central en los documentos que hablan de Columbkill.
Pero también algunos “Episodios Nacionales”. Es un autor muy superior en todos los sentidos a Echegaray, y por eso los pongo a los dos en juego. Luego está el tema de la ciencia, puesto que la criptozoología no está en esos albores modernos, y quizá porque se trata de una disciplina joven (surge a mediados del s. XX) que se tiene que ganar su lugar en la Academia, cosa que nunca ha sucedido, se comporta en lo discursivo, en lo dialéctico, como los científicos del XIX, que son un tipo que me interesa mucho, me interesa leer sus libros. En “El Dorado” ya trabajaba de forma tangencial con Malinowski, ahora con Heuvelmans, en la siguiente con otros también. Ese tipo de autores me encantan, los del s. XVIII y XIX, cuando la ciencia ya tiene la exigencia de la ciencia moderna, experimentación, observación, etc., pero no tiene herramientas que ofrecerles a sus científicos para que cumplan esas exigencias. Ese desequilibrio me fascina, cómo se traduce en textos. Ese es otro tipo de literatura que me interesa.
Formas parte de una generación que ha traído un más que necesario aire fresco a la literatura española, estáis en contacto con otras tradiciones literarias, jugáis en terrenos no convencionales… ¿Qué autor español te interesa en el momento actual?
Un autor que me parece cojonudo, y que está vinculado con este libro, o que yo estaba leyendo mientras escribía y había cosas que me parecían flipantes, y yo quería hacer algo parecido aquí, es Orejudo. Hablo del Orejudo de “Fabulosas narraciones por historias”, porque el otro Orejudo, el surrealista, me gusta mucho también (“La nave”, “Ventajas de viajar en tren”, “Un momento de descanso”), incluso me interesa mucho, porque es una estética de la literatura española que se ha abandonado y que sólo trabaja él, prácticamente.
Estoy de acuerdo: es necesario darle al humor el lugar que le corresponde. Creo, de hecho, que Orejudo no tiene el reconocimiento que debería precisamente por eso, porque su obra es sin complejos humorística.
El humor está absolutamente proscrito. Pero en lo de Orejudo soy más concreto, porque él trabaja un tipo de humor surrealista. Me refería a que en este libro me interesaba mucho lo que hacía Orejudo en “Fabulosas narraciones por historias” y ése era el que me interesaba para cuadrar todo este juego paródico con los autores españoles que yo planteo. Me parece una novela sublime.
Lo que observamos es que en literatura, como en teatro o en cine, la cultura española sólo se atreve a reconocer la calidad de obras de enfoque realista, o filosófico, o histórico. ¿Es otro de nuestros complejos?
No lo sé. Sí, hay una tendencia mayoritaria a ese realismo más serio. En cine ya no hablamos de tendencia, sino dictadura absoluta; y en series españolas sólo se llega a resultados parecidos. No sé si es un complejo, pero sucede.
Si tuviera que definirte, ¿iría descaminado al insertarte dentro de la tradición española?
No me siento incómodo, digamos. Con cada uno de mis libros he buscado distintas tradiciones, y no quiero inscribirme en una tradición o en otra, pero tampoco es una cosa que me preocupe demasiado, porque el libro anterior (“Asesino Cósmico”) se inscribía en la tradición en términos amplios de la ciencia ficción, pero en términos concretos, de los bolsilibros, que es un fenómeno determinado en España. El anterior (“El Dorado”) lo inscribí en la tradición del periodismo narrativo, y dentro del periodismo narrativo, en la novela del periodista drogadicto, esa mini-minitradición con Hunter S. Thompson y cía. “Proust Fiction” es un libro de juegos metaliterarios, en línea con los OuLiPo, Calvino, etc. No me preocupa y no tengo intención de meterme en una tradición en la que sentirme cómodo. Intento meter mis libros en cada caso en aquella de la que creo que vienen.
Y para redondear la faena, el libro acaba con un gran triunfo del amor. Hablemos a calzón quitado: ¿Cree en el amor Robert Juan-Cantavella?
La persona Robert Juan-Cantavella cree en el amor, está enamorado de su mujer. Al escritor RJC no le interesa el amor lo más mínimo. A mí, en términos artísticos, me interesa cero, pero el amor es un truco de guión de puta madre, como matar a alguien. A veces se pregunta: “¿por qué hay tantos muertos en esta novela, por qué se mata a tanta gente?”, pues porque matar a alguien es un truco de guión fabuloso, pone las cosas en marcha. El amor hace lo mismo, yo lo utilizo como truco de guión. Pero es una idea que artísticamente no me interesa lo más mínimo. No tengo nada que decir al respecto, ni tengo intención de buscar nada. Me interesan otras cosas.
Hay, sin embargo, momentos tiernos que parecen muy reales. Pienso en el niño, Iván Agulín, que irá descubriendo, decepción tras decepción, el mundo de los adultos.
Los pocos elementos sentimentales de la novela (porque no soy un escritor demasiado sentimental) están ahí, en esa ternura. Eso sí que me interesaba. Normalmente las emociones no me interesan mucho, pero esa ternura, a través de Iván Agulín y su personaje, sí que me interesaba.
¿Tenías a alguien en mente mientras dibujabas a Iván Agulín?
Sí. Pensaba en un par de hijos de amigos míos.
Cerremos con una banda sonora para “Y el cielo era una bestia”.
Debería ser algo orquestal, algo de música culta, digamos… Es lo que pide el ambiente, el balneario. De hecho era una de las actividades en este tipo de balneario, la música en directo. No sé, podría ser algo como la Orquesta Fernández Fierro, un grupo argentino. El rollo orquesta me interesa porque es una novela que pasa en muchos sitios y con muchas acciones. Y los tipos estos me parecen interesantes porque actualizan el tango.
Y el cielo era una bestia
Robert Juan-Cantavella
Anagrama, Barcelona, 2014